Sobre una estética de la naturaleza
contemporánea
Durante
largo tiempo, la experiencia estética jugó un rol casi tan importante como el
de la experiencia científica en la conformación y la comprensión del mundo
natural.
Tras un
largo viaje por mar pudimos, por fin, ver la prometida imagen de la Antártica.
Allí estaba yo, junto a muchos otros turistas que había venido de muy lejos
para vivenciar el esperado escenario: el fin del mundo, tan temido por los
exploradores y marineros del siglo XX, transformado ahora en un destino
turístico al alcance de la mano.
¿Qué
poderosos intereses mueven a las masas a trasladarse hasta un lugar tan
apartado? ¿Solo la curiosidad de penetrar un terreno virgen? ¿Una
reconciliación con la naturaleza, reiteradamente arrinconada en el transcurso
de la modernidad, o un avenimiento directo con ella, en vista del daño que le
hemos ocasionado colectivamente?
Algunos
meses atrás, un crucero similar al nuestro chocó con un iceberg, y si bien
todos los pasajeros fueron rescatados y no hubo „víctimas que lamentar”, el
accidente dejó una huella de 185 litros de combustible en ese mar impoluto.
Todos recordaban el incidente, pero como el conjunto de la civilización
occidental desde el siglo XVIII, confiaban en que la ciencia y la tecnología
encontrarían alguna solución.
Ahora, en
todo caso, parecía más importante que no hubiera niebla y que la poderosa luz
solar del verano en el polo sur revelara ante nuestros ojos el perfil de la
península, que como si fuera un juego, habíamos localizado incontables veces en
el mapa. La oscura superficie de las desnudas rocas se elevaba desde el nítido
blanco del hielo y desde los transparentes témpanos que flotaban aisladamente
en el agua.
No podía
evitar pensar en la cambiante relación que en los últimos trescientos años ha
habido entre naturaleza y cultura y en el inconmensurable poder de esta última,
de la cual formamos parte, para darle a una vivencia como esta una (nueva)
forma.
De pie
sobre la borda, el paisaje despertó imágenes de mi memoria visual alimentada en
gran medida por la historia del arte, desde Caspar David Friedrich, Caspar Wolf
y William Turner hasta Olafur Eliasson y Charly Nijensohn, es decir, artistas
de inicios del siglo XVIII hasta otros del siglo XXI que comparten un
acercamiento casi místico hacia la naturaleza.
También
pensé en la relación entre paisaje y observador, que a mí, en este caso, me
transportaba a una contemplación silenciosa. Y sobre todo, pensé en la gran
atención que Friedrich le prestó a esa relación en pinturas como Der Mönch am
Meer/El monje a orillas del mar, Frau in der Morgensonne/Mujer en el sol de la
mañana (ambos de 1809) o Zwei Männer am Meer/Dos hombres a orillas del mar y
Zwei Männer in Betrachtung des Mondes/Dos hombres observando la luna de 1817 y
1819 respectivamente.
En su
libroModern Painting and the Northern Romantic Tradition: Friedrich to Rothko
(1975), el historiador del arte Robert Rosenblum ha asignado esos cuadros al
periodo de surgimiento de la modernidad y los ha explicado a partir de la
necesidad que el ser humano de aquella época tenía de reencontrar los misterios
de la religión en la naturaleza en vistas de la creciente secularización del
mundo.
La
importancia que ganó el arte a partir del siglo XVIII –que no en vano es
llamado el siglo de la estética- tiene seguramente que ver con esas
circunstancias. Pero sin embargo, la relación observador-paisaje tan presente
en la pintura de Friedrich, puede ser observada también a la luz de la relación
entre estética y razón surgida en esa época, la que expresaba claramente los
intereses propios del imaginario del siglo XVIII, en el sentido de analizar la
relación entre el mundo exterior de lo natural y la vida interior del sujeto
que lo lleva a tomar conciencia de sí. Y esto también constituyó un elemento
esencial en el descubrimiento de la naturaleza llevado a cabo por la
modernidad, y que permitió asignarle a la experiencia estética un rol
fundamental. En su investigación Studien zum Epochenwandel der ästhetischen
Moderne (1989), Hans Robert Jauß aborda también esa relación: lo que el
descubrimiento de la naturaleza en sentido moderno permitió, fue la percepción
estética de las cosas, que había sido abierta a través de la relación con el
arte. Partiendo de aquí, también nosotros podemos decir que las mencionadas
obras de Friedrich acreditan de manera ejemplar esas apreciaciones.
Es
indispensable, entonces, destacar la importancia de la experiencia estética en
los procesos que condujeron a un conocimiento más profundo, tanto de lo natural
como del sujeto. Para esto, es necesario aplicar el principio dominante de la
ilustración, según el cual la razón volvía libre al ser humano y lo
transformaba en amo de sí mismo. Esta idea fue llevada tan lejos, que en un
manifiesto político filosófico alemán del año 1796, se proclamó al „acto
superior de la razón“ como un „acto estético”.
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