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domingo, 8 de febrero de 2015

Sobre una estética de la naturaleza contemporánea


Sobre una estética de la naturaleza contemporánea


Durante largo tiempo, la experiencia estética jugó un rol casi tan importante como el de la experiencia científica en la conformación y la comprensión del mundo natural.
Tras un largo viaje por mar pudimos, por fin, ver la prometida imagen de la Antártica. Allí estaba yo, junto a muchos otros turistas que había venido de muy lejos para vivenciar el esperado escenario: el fin del mundo, tan temido por los exploradores y marineros del siglo XX, transformado ahora en un destino turístico al alcance de la mano.

¿Qué poderosos intereses mueven a las masas a trasladarse hasta un lugar tan apartado? ¿Solo la curiosidad de penetrar un terreno virgen? ¿Una reconciliación con la naturaleza, reiteradamente arrinconada en el transcurso de la modernidad, o un avenimiento directo con ella, en vista del daño que le hemos ocasionado colectivamente?

Algunos meses atrás, un crucero similar al nuestro chocó con un iceberg, y si bien todos los pasajeros fueron rescatados y no hubo „víctimas que lamentar”, el accidente dejó una huella de 185 litros de combustible en ese mar impoluto. Todos recordaban el incidente, pero como el conjunto de la civilización occidental desde el siglo XVIII, confiaban en que la ciencia y la tecnología encontrarían alguna solución.

Ahora, en todo caso, parecía más importante que no hubiera niebla y que la poderosa luz solar del verano en el polo sur revelara ante nuestros ojos el perfil de la península, que como si fuera un juego, habíamos localizado incontables veces en el mapa. La oscura superficie de las desnudas rocas se elevaba desde el nítido blanco del hielo y desde los transparentes témpanos que flotaban aisladamente en el agua.

No podía evitar pensar en la cambiante relación que en los últimos trescientos años ha habido entre naturaleza y cultura y en el inconmensurable poder de esta última, de la cual formamos parte, para darle a una vivencia como esta una (nueva) forma.

De pie sobre la borda, el paisaje despertó imágenes de mi memoria visual alimentada en gran medida por la historia del arte, desde Caspar David Friedrich, Caspar Wolf y William Turner hasta Olafur Eliasson y Charly Nijensohn, es decir, artistas de inicios del siglo XVIII hasta otros del siglo XXI que comparten un acercamiento casi místico hacia la naturaleza.

También pensé en la relación entre paisaje y observador, que a mí, en este caso, me transportaba a una contemplación silenciosa. Y sobre todo, pensé en la gran atención que Friedrich le prestó a esa relación en pinturas como Der Mönch am Meer/El monje a orillas del mar, Frau in der Morgensonne/Mujer en el sol de la mañana (ambos de 1809) o Zwei Männer am Meer/Dos hombres a orillas del mar y Zwei Männer in Betrachtung des Mondes/Dos hombres observando la luna de 1817 y 1819 respectivamente.

En su libroModern Painting and the Northern Romantic Tradition: Friedrich to Rothko (1975), el historiador del arte Robert Rosenblum ha asignado esos cuadros al periodo de surgimiento de la modernidad y los ha explicado a partir de la necesidad que el ser humano de aquella época tenía de reencontrar los misterios de la religión en la naturaleza en vistas de la creciente secularización del mundo.

La importancia que ganó el arte a partir del siglo XVIII –que no en vano es llamado el siglo de la estética- tiene seguramente que ver con esas circunstancias. Pero sin embargo, la relación observador-paisaje tan presente en la pintura de Friedrich, puede ser observada también a la luz de la relación entre estética y razón surgida en esa época, la que expresaba claramente los intereses propios del imaginario del siglo XVIII, en el sentido de analizar la relación entre el mundo exterior de lo natural y la vida interior del sujeto que lo lleva a tomar conciencia de sí. Y esto también constituyó un elemento esencial en el descubrimiento de la naturaleza llevado a cabo por la modernidad, y que permitió asignarle a la experiencia estética un rol fundamental. En su investigación Studien zum Epochenwandel der ästhetischen Moderne (1989), Hans Robert Jauß aborda también esa relación: lo que el descubrimiento de la naturaleza en sentido moderno permitió, fue la percepción estética de las cosas, que había sido abierta a través de la relación con el arte. Partiendo de aquí, también nosotros podemos decir que las mencionadas obras de Friedrich acreditan de manera ejemplar esas apreciaciones.


Es indispensable, entonces, destacar la importancia de la experiencia estética en los procesos que condujeron a un conocimiento más profundo, tanto de lo natural como del sujeto. Para esto, es necesario aplicar el principio dominante de la ilustración, según el cual la razón volvía libre al ser humano y lo transformaba en amo de sí mismo. Esta idea fue llevada tan lejos, que en un manifiesto político filosófico alemán del año 1796, se proclamó al „acto superior de la razón“ como un „acto estético”.

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