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domingo, 8 de febrero de 2015

La categoría estética de lo sublime

La categoría estética de lo sublime

Partiendo de las constataciones anteriores, quisiera formular la hipótesis de la recuperación de lo sublime. Esta categoría estética fue concebida –o más bien dicho, actualizada- en el siglo XVIII, sobre la base de la experiencia de una naturaleza maravillosa, a tal punto grandiosa, que confrontaba al ser humano con su pequeñez, insuflándole casi temor.

En un texto sobre la obra de Jacques Bedel, en el que abordo brevemente el trabajo presentado por el artista en noviembre de 2008 en la exposición Aproximaciones en el Museo de Bellas Artes de Buenos Aires, reflexionaba sobre si sería útil utilizar esa categoría acuñada en el siglo XVIII para lograr una mejor comprensión sobre su trabajo, todo ello en el marco de variables creativas que considero absolutamente contemporáneas.

¿Por qué traer lo sublime al presente, cuando de alguna manera se ha visto afectado por -o ha sido incluso el objetivo de- los ataques sufridos por la estética idealista? ¿No suena totalmente anticuado o por lo menos superpuesto, querer volver hoy a la inconmensurable profundidad de aquella experiencia estética que abarca a la naturaleza en su inmensidad?

Bajo esta circunstancia especial, quisiera hacer hincapié en la experiencia sensorial del observador actual y poner en juego la posibilidad de recuperar su capacidad de experimentar una sensación de emoción profunda frente a lo grandioso y amenazante de la naturaleza. Y esto, especialmente, puesto que de esa manera se crea una vinculación con los sentimientos de vulnerabilidad y temor que son inherentes a nuestro horizonte histórico y nos permiten adquirir conciencia sobre las consecuencias del fracaso del proyecto de la „modernidad“, traducidas en que la vinculación actual con el medioambiente está dada solo a través de la tecnología y la ciencia.

Después de haber despreciado el orden interno del mundo natural y haber ignorado con arrogancia las consecuencias de ello, nos encontramos –y así lo percibimos- en un estado de extrema indefensión, y nada parece expresar mejor eso que el concepto de intemperie, escogido como leitmotiv de la segunda Bienal al Fin del Mundo por su curador Alfons Hug.

Y es precisamente en ese sentimiento de indefensión, donde debe buscarse la explicación de que la categoría de lo sublime -íntimamente relacionada con la experiencia de una naturaleza grandiosa, pero también del temor que esta despierta- gane nuevamente en importancia. Deberíamos revisar las circunstancias y condiciones históricas que favorecieron el aparecimiento de esta categoría y compararlas con las de la actualidad, concretamente en relación al hecho de que, después de que la ilusión de dominar la naturaleza ha quedado obsoleta, el ser contemporáneo tiene ahora la sensación de depender más que nunca de ella.

Con esta finalidad, debería analizarse cómo se diferencia la idea de lo sublime en Burke, el filósofo empirista inglés, que recoge el concepto proveniente de la retórica antigua, de la idea de lo sublime en el pensamiento kantiano, el filósofo de la ilustración empeñado en limitarlo a los límites de la razón.

En su obra, que fue publicada por primera vez en 1757, Burke recoge el tratado Über das Erhabene (Sobre lo sublime) del autor conocido como Pseudo-Longinos del siglo primero. Este tratado sobre la retórica, traducido al inglés en 1725, influenció importantemente a los pensadores empiristas, quienes modificaron de manera fundamental la idea de lo sublime de la antigüedad. El tratado de Longinos hacía alusión a los medios retóricos del poeta de convencer al oyente confrontándolo con algo a la vez horroroso y maravilloso.

¿Por qué el temor provoca una sensación agradable?, se pregunta Burke en sus Philosophischen Untersuchungen über den Ursprung unserer Ideen vom Erhabenen und Schönen (Investigaciones filosóficas sobre el origen de nuestras ideas de lo sublime y lo bello) .En sus observaciones establece él una vinculación entre la sensación agradable que se experimenta en una situación de temor y los peligros que amenazan la propia existencia.

Recordemos que la relación sujeto-naturaleza sirvió para que el imaginario del siglo XVIII se ocupara de la estructura del pensamiento. Y es evidente que una naturaleza fuera de nuestra capacidad de imaginación, así como la oscuridad, el poder o la eternidad nos remueven emocionalmente, pero también despiertan temores en nosotros. Burke asoció la sensación de lo sublime con el más primitivo instinto de sobrevivencia, lo que no hace Kant. Para este último, la razón domina sobre la experiencia.

Según Burke, esa sensación implica una intensa emoción, y agrega que el hecho de que un sentimiento de ese tipo no nos destruya, se debe a que está mediatizado por la experiencia sensorial, que provoca un sentimiento agradable, puesto que nuestra sobrevivencia no está efectivamente en juego.

En las reflexiones de Kant sobre la estética, por su parte, si bien lo sublime ocupa un lugar destacado, no excede a la razón, a la que en última instancia está subordinado. Es la razón y no la experiencia estética la que califica los impactos que la inmensa experiencia de lo natural genera en los sujetos. Como lo expone en suKritik der Urteilskraft (Crítica del juicio) la importancia de la razón radicaría, entonces, en que dentro de los límites de nuestra conciencia, es ella la que nos señala que tenemos una capacidad de razón por medio de la cual podemos controlar y calificar aquello que produce la experiencia sensorial.

Ahora vuelvo a lo sublime en determinadas producciones contemporáneas, que permiten fortalecer la naturaleza y devolverle todo su brillo. El desafío que enfrenta el arte contemporáneo en relación a su manera de abordar la naturaleza, consiste en dejar atrás la fascinación por la naturaleza fomentada por el turismo y la publicidad de productos que se aprovechan de la preocupación por la naturaleza.


Quizá de lo que se trata, es de desplegar una sensación de temor en la percepción de que será la naturaleza la que le mostrará sus límites a la razón cuando la razón esté dispuesta a abandonar su forma actual. De esta manera, el principio del „pleasing horror“, propio de las reflexiones del siglo XVIII, podría actualizarse. Esto será inevitable, considerando las potenciales reacciones de la naturaleza ante tal nivel de agresión.

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